jueves, 18 de enero de 2018

Al final de la vía

No es lo mismo.
Yo sí que pude salir después de entrar
y con la misma ropa
que nadie me obligó a quitar.
Y entré porque quise, y sin gritar... de miedo,
y por mi propio pie... uno en cada bota.

Una rueda muy grande de acero y sin rail.
Un zapato, casi, casi rojo, desgastado,
por el paso del tiempo, como si esa misma rueda
lo hubiera aplastado, secado
por la sed, y enterrado por el hambre
de aquella sopa cruda con veneno.

Un número en la piel
para borrar tu nombre.
Uniforme de rayas verticales.
Medio blancas, azules de esperanza...
Azul oscuras casi negras
haciendo entender el final,
la oscuridad de la profundidad de los océanos
tragándose las almas sin piedad.

Cepillos que peinaron
las cabezas que afeitaron a sus dueños.

Tazas que en contenido caliente
pasaron por sus gargantas
pensando ser si valientes
o huesos enterrados y sin mantas.

La luna, sigue siendo la misma
que sus ojos vieron.
Perdieron al soñar la isla,
que les sacará
de ese lago con agujero.

Una canción romántica,
me bebería con todos y cada uno de vosotros.
Y moriría bailándola abrazado, pensando...
la última vez que me ves.
Fueron notas a tus labios
sin ni siquiera haberme besado.

Puedo sentir la muerte,
en este preciso instante.
Puedo ser, cada uno de esos niños
que agarrados soñaban con ser.

Puedo ser, unas letras entre uñas
dibujándose en cemento
y pensar...
solo quiero vivir...

No me sorprendo, dibujado por el final...
Lo que me pasa, es que habiéndolo vivido...
hoy en día, aún no lo comprendo.

 Lamento lo que no pude vivir...
 que es lo que ellos, no vivirán jamás.








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